El biólogo Paolo Amaya, docente de la UCV, alertó que la violencia en la ciudad no solo genera pérdidas materiales, sino también graves consecuencias en la salud mental y social de la población.

La creciente ola de violencia en Trujillo —marcada por extorsiones, atentados y ataques en la vía pública— ha dejado de ser un problema de delincuencia común para convertirse en un fenómeno de “terrorismo urbano” con efectos directos en la salud pública. Así lo señaló Paolo Amaya Alvarado, biólogo y especialista en gestión de riesgos, quien explicó que este tipo de violencia busca imponer miedo y paralizar la vida comunitaria.
El docente de la Universidad César Vallejo advirtió que el impacto no debe medirse únicamente en términos de víctimas o daños materiales, sino también en sus secuelas psicológicas. Entre ellas, resaltó el aumento del estrés, la depresión y los ataques de pánico, además de la restricción de la vida social y la vulneración de derechos básicos como la educación, el trabajo y la libre circulación.

Amaya sostuvo que la violencia urbana se ha convertido en un factor de vulnerabilidad que erosiona la cohesión social y el bienestar de las personas. En ese sentido, instó a las autoridades a diseñar políticas sostenidas y una visión de ciudad inclusiva, que combinen seguridad con programas educativos y de salud mental.
Finalmente, propuso cuatro ejes de acción para enfrentar la crisis: prevención social para alejar a los jóvenes de redes criminales, fortalecimiento institucional para una respuesta articulada, campañas comunitarias de salud mental y participación ciudadana mediante la recuperación de espacios públicos.
